
Son las 8:30h y Felipa hace lo único que puede para ganarse la vida en este momento tan complicado. Al alba, pasea por las calles de Phoenix recogiendo en bolsas botellas de plástico y latas de Coca Cola para luego separarlas en casa en diferentes contenedores que venderá a un intermediario que las llevará a una fábrica de reciclaje. Con la paranoia antiinmigrante en alza en Arizona, cuatro hijos que mantener y un esposo deportado a México hace tres semanas, Felipa dice que sólo le queda rezar para que suceda un milagro. O para que los anglos, “que tienen corazón y sentimientos, se den la oportunidad de conocer a un latino”.
Desde que la gobernadora del Estado de Arizona, Jan Brewer, firmó el 23 de abril la ley SB1070, la más dura en materia de inmigración en la historia de Estados Unidos, no sólo han llovido aquí miedo y recelo y se ha polarizado hasta la opinión más sobria. El detonante de Arizona ha desencadenado un tira y afloja a nivel nacional que tiene al país convulsionando. La pesadilla de unos es la esperanza de otros: una hasta ahora huraña y problemática reforma migratoria.
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